Feminicidios
en México: implicaciones psicológicas y sociales
Elizabeth
Chávez Coria
Psicóloga
criminalística mexicana
Artículo publicado en la revista Crecer No.3/2016 "Urgencias sociales: equidad de género" editada por el Centro Oscar Arnulfo Romero, en Cuba.
La palabra feminicidios comienza a ser de uso conocido
en México a partir de que cientos de asesinatos de mujeres en la década de los
noventa en Ciudad Juárez, Chihuahua comenzaron a ser cometidos y eran
difundidos mediante notas policiacas o rojas (desde 1993 han aparecido casi 400
cadáveres). Estos asesinatos sucedían impunemente y se convirtieron en una
práctica sistemática contra las mujeres.
Contrario a lo que las autoridades han manejado
sobre los casos, no se trata de un asesino en serie ni existe un determinado perfil
racial o socioeconómico de las mujeres asesinadas, ya que se trata de personas
con distintos tipos de aspecto físico, ocupación, nivel educacional y situación
socioeconómica. Dichos asesinatos tenían en común ser cometidos contra mujeres,
sobre las que se ejercía brutal y sádica violencia física y sexual. Conforme se
fueron dando a conocer, un grupo de madres con hijas desaparecidas levanta la
voz y pide que sean encontradas. Ante la presión de los medios de comunicación,
las autoridades mexicanas inician la búsqueda y encuentran decenas de cuerpos
en el desierto de Ciudad Juárez, a los que se les practican exámenes de ADN y
otras pruebas periciales, para determinar su identidad y la coincidencia con el
perfil genético de las madres, ya que estas denuncian que se les entregan restos
que no son los de sus hijas y la negligencia de las autoridades se hace cada
vez más evidente, junto con la corrupción.
La violencia hacia la víctima y su familia sigue
siendo ejercida ahora desde la institución encargada de levantar evidencia, ya
que los lugares donde se cometen los crímenes no son preservados, el expediente
no se integra adecuadamente, las pruebas son falseadas: se trata, pues, de dar
una salida mediática pronta para poder cerrar las investigaciones y dar la
apariencia de que el delito ha sido resuelto y castigado. Se encarcela a
algunos hombres como culpables de haberlos cometido, pero salen a la luz las ineficiencias
en los procesos de investigación: las detenciones se hacen de forma irregular,
las declaraciones se toman bajo tortura --práctica común en el sistema policial
mexicano--, y se desacredita por completo la veracidad y actuación de las
autoridades encargadas.
Hasta el día de hoy y a pesar de que dos de los
grandes partidos políticos en México han gobernado dicho estado, los asesinatos
no se han esclarecidos ni se ha encontrado a los verdaderos culpables, en
cambio, se ha puesto en evidencia la relación de estos gobiernos con grupos
poderosos del narcotráfico, que se manejan bajo el esquema de la shadow economy, cuyo basamento es el
tráfico de armas, personas y dinero.
Las madres de Juárez y distintas agrupaciones pro
derechos humanos han denunciado sistemáticamente esta realidad, que poco a poco
se fue difundiendo dentro y fuera del país, y ha llamado la atención de
distintos países, periodistas e investigadores.
Con posterioridad a los hechos de Ciudad Juárez, la
violencia y el asesinato ejercido contra las mujeres en México se convirtió en
una práctica dolorosamente común en otros estados, hasta llegar a niveles de
alarma, sin que las autoridades atendieran a protocolos internacionales como
decretar alertas de género en esos lugares, ni que fueran investigados o se
diera una política en relación con esos hechos.
Según reconoce la ONU, hasta el presente en México
son asesinadas alrededor de siete mujeres por día en distintos lugares del
país, con extremo odio y violencia. Me despierto todas las mañanas con noticias
sobre los feminicidios cometidos. Muchos se conocen por las notas policiacas
del día, pero a otros les precede la denuncia de la desaparición de la víctima
hecha por familiares o amigos cercanos, antes de que se encuentre el cuerpo de esta
tirado en cualquier sitio. En el estado de México, uno de los gobernados por el
Partido Revolucionario Institucional y
con el mayor índice de feminicidios a nivel nacional, se drenó un río y se
encontraron decenas de cuerpos de mujeres, sin que hasta la fecha se haya
realizado una investigación o se conozca la identidad de las víctimas.
¿Por qué usamos el término feminicidio y por qué
creemos que esta terrible realidad no puede ser combatida solo con medidas
policiales?
El término fue acuñado por Diana E. H. Russell en 1938,
quien en sus investigaciones sobre violencia hacia las mujeres plantea que no
es bueno aceptar la concepción patriarcal de que la violación es resultado de
una desviación, sino que es consecuencia del poder que se ejerce desde una
construcción de la masculinidad. Russell
redefine el término femicide, de Carol Orlock, como el asesinato de
mujeres por hombres, por el hecho de ser mujeres.1
No es un tema policiaco, sino político, porque es un
aspecto de la violencia de género ejercida contra las mujeres. En la actualidad
sabemos que el feminicidio no es solo dar muerte violentamente a una mujer por
el simple hecho de ser mujer, ese es un grupo de feminicidios posibilitado
gracias a la misoginia u odio hacia las mujeres validado y reforzado por el
tipo de relaciones sociales que existe desde la antigüedad, sino que además del
asesinato, el término incluye el abuso sexual, la violación y la violencia
física, psicológica, patrimonial e institucional.
Los movimientos en favor de los derechos de las
mujeres, no se han dado a la par que los de los hombres o los trabajadores; nosotras
hemos debido iniciarlos y continuarlos en momentos distintos porque en la
mayoría de los espacios de reconocimiento de la dignidad y los derechos de las
personas no se ha incluido a las mujeres, quienes hemos seguido siendo
sometidas y vulneradas por mucho tiempo después de dichos reconocimientos.
La revolución francesa no reconoció a la mujer como
igual al varón, costó la vida de muchas mujeres que así fuera. El movimiento
sufragista femenino tuvo que darse independiente del de los hombres y el
reconocimiento del derecho de la mujer al voto fue tardío. El papel que desempeña
la mujer en la pareja, la familia, la sociedad y las instituciones también ha sido
reconocido luego de años de lucha de los movimientos feministas, no ha ido de
la mano de los grandes movimientos sociales, sino que esa lucha se ha librado de
manera independiente, porque la mujer siguió siendo considerada inferior, con menor
inteligencia.
Los atributos físicos y el papel como madre y
trabajadora dentro del hogar, son los argumentos con que la sociedad patriarcal
pretendió definirnos por siglos. Un ejemplo de esto es el planteamiento de Engels
acerca de que las mujeres han sido oprimidas sistemáticamente por el Estado, sin
embargo, los estudios feministas van más allá, y recuerdan que desde tiempos
antiguos la desigualdad anatómica entre hombres y mujeres se ha traducido en
desigualdad social, ya que las relaciones de parentesco y de religión fueron
las que en un inicio dieron origen a esta desigualdad y señalaron cuál sería el
papel y el valor de la mujer.
Simone de Beauvoir dice “una mujer no nace, se hace”2
volviendo la atención hacia la realidad acerca de que somos las mujeres quienes
tenemos el derecho de definir quiénes somos y qué decidimos hacer con ese ser
en femenino, y que también así es como se ha “manufacturado” el papel de las
mujeres en cuanto a su vida personal, laboral, familiar, de pareja, social e
institucionalmente.
Según
Marcela Lagarde:
En
la sociedad se acepta que haya violencia contra las mujeres, la sociedad
ignora, silencia, invisibiliza, desvaloriza, le quita importancia a la
violencia contra las mujeres y a veces las comunidades (familia, barrios,
cualquier forma de organización social) minimizan la violencia y tienen
mecanismos violentos de relación y trato con las mujeres. La sociedad está
organizada de tal manera que la violencia forma parte de las relaciones de
parentesco, de las relaciones laborales, de las relaciones educativas, de las
relaciones en general de la sociedad. La cultura refuerza de una y mil maneras
esta violencia como algo natural, hay un refuerzo permanente de imágenes,
enfoques, explicaciones que legitiman la violencia, estamos ante una violencia
ilegal pero legítima.3
Hasta la fecha, el gobierno mexicano no ha
implementado un mecanismo efectivo para denunciar la desaparición de las
mujeres, encontrarlas y realizar las investigaciones correspondientes, ni
siquiera hay una estadística nacional o a nivel estatal que nos dé un panorama
de cómo se realizan y se distribuyen estos delitos de odio. Se han tenido que
realizar muchos esfuerzos por parte de organizaciones no gubernamentales y de mujeres
periodistas que han decidido documentar y denunciar la epidemia de feminicidios
a nivel nacional, pero en definitiva el número de mujeres mexicanas asesinadas cada
día es totalmente alarmante. Incluso, hay declaraciones que evidencian el clima
misógino de los que gobiernan los lugares donde esta violencia es cometida, tales
como “hay temas más importantes que los feminicidios”, “las mujeres que
desaparecen se van con sus novios”, “las feministas exageran todo”.
Además de los asesinatos, el número de acosos y
abusos sexuales que cotidianamente sufren las mujeres en las calles, los trabajos
y la familia, es muy alto, aunque la mayoría de las veces no son denunciados y
cuando la víctima intenta hacerlo, las autoridades tratan de disuadirla antes
de investigar e incluso dentro de las investigaciones. Se victimiza doblemente a
la mujer, sometiéndola a tratos misóginos: cuando se trata de la denominada
violencia machista ejercida contra las mujeres, a estas se les hacen responsables
bajo argumentos como: viajaba sola, andaba de noche, estaba bebiendo, vestía
provocativamente. El porcentaje de impunidad sobre la comisión de delitos
contra las mujeres en México es de 80 por ciento.
En México, el 24 de abril de 2006, en redes sociales
como Facebook y Twitter se convocó a una gran marcha nacional contra la
violencia machista. Se acordó que un día anterior a la marcha se utilizara el hashtag #MiPrimerAcoso para contar cuál
había sido la primera mala experiencia en este sentido. La respuesta fue
abrumadora, no paramos de leer historias y más historias sobre cómo millones de
mujeres no solo han sido acosadas con palabras o tocamientos en las calles y el
transporte público, sino que han sido abusadas sexualmente a edades muy
tempranas. Algún usuario de estas redes encontró que las edades promedio de estos
abusos correspondían a la infancia y la adolescencia, lo que tiene
implicaciones serias sobre el normal desarrollo psicosexual de quienes los
padecen.
México, integrante del G-20, es uno de los países
donde la mujer está más desprotegida después de India, Arabia Saudita,
Indonesia y Sudáfrica. Entre 2013 y 2015, 6 488 mujeres fueron asesinadas,
según datos desprendidos de las estadísticas del Instituto Nacional de
Estadística y Geografía de México, lo cual representa 46 % más que entre 2007 y
2009. El estado de México registró 1 045 homicidios de mujeres en los últimos
tres años, le siguen Guerrero, Chihuahua, el Distrito Federal, Jalisco y
Oaxaca, con 512, 445, 402, 335 y 291, respectivamente, Otras lugares donde entre
2013 y 2015 se registró un elevado número de estos crímenes por encima de 200,
son: Tamaulipas, Puebla, Veracruz, Nuevo León, Michoacán, Guanajuato, Baja
California y Coahuila.
Desde 2007 y ante las aterrorizantes cifras de
asesinatos y desapariciones de mujeres, así como los índices de violencia
contra ellas, se creó la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre
de Violencia. En su artículo 21 se expresa que
[...] la violencia feminicida es la forma extrema de
violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de los
derechos humanos, en los ámbitos público y privado conformada por el conjunto
de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado y
pueden culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres.4
La prensa, sigue dando las notas sobre feminicidios
en términos machistas. Por ejemplo, cuando una mujer es asesinada por su pareja
por odio, aducen que se trata de un crimen pasional, con lo cual refuerzan los
roles psicosexuales desiguales y minimizan el hecho violento, si no es que lo
encubren.
Un caso ilustrativo es acerca de cómo se ha
criminalizado a las mujeres que sufren abortos en algunos estados de la república
mexicana, en los que este hecho es considerado delito. Han sido encarceladas,
vilipendiadas por los medios de comunicación, y juzgadas como delincuentes,
cuando son víctimas de una falta de atención a la salud sexual y reproductiva
de la mujer.
A partir de lo expuesto, podemos plantear que si el
feminicidio y todas las formas de violencia machista contra las mujeres, nacen
precisamente de firmes creencias de odio y desigualdad hacia estas, por parte
de los hombres, nos encontramos ante el panorama de una total desigual
convivencia entre ambos géneros.
Desde la teoría psicodinámica de la personalidad
sabemos que la convivencia y la creación de vínculos es lo que caracteriza la
adecuada formación de la identidad psicosocial y sexual del ser humano. Las
primeras relaciones con nuestras figuras parentales nos hacen adquirir la
denominada por Erikson “confianza básica”, la cual nos hará sentir que el mundo
es seguro y que moverse en él también lo es.5 Si las relaciones
entre géneros se encuentran tan deterioradas por causa de las desigualdades y
la violencia machista, seguramente esto se verá reflejado en la calidad de los
vínculos entre las figuras parentales y el aprendizaje que los hijos e hijas
tienen sobre sí mismos y su entorno.
Durante la adolescencia se da un segundo momento de
adquisición de la identidad y confianza de las personas, que es clave. Comienzan
a explorarse las relaciones entre los géneros, en el ejercicio de la propia
sexualidad, en pareja y en sociedad como grupo de pares. Nuevamente aquí
encontraremos que de acuerdo con el panorama planteado sobre el tema de género
traducido como desigualdad social y violencia machista, podrán existir problemas
y obstáculos para que esta etapa se desarrolle con normalidad, de acuerdo con los
parámetros planteados por la teoría de Erikson o la propia teoría psicodinámica
de la personalidad.
Observamos que no se trata solo de un tema de
convivencias entre los individuos de una sociedad, sino también de cómo a
partir de las relaciones entre los géneros, altamente desiguales, la identidad
de hombres y mujeres se puede ver detenida o violentada, traduciéndose en
individuos inseguros, sin la confianza básica en ser amados y amar con
libertad, sin la capacidad de moverse en el mundo con seguridad y de, a su vez,
contribuir a la creación de hijos e hijas con una identidad y una fuerza yoica
débil, que podría ser reforzada por los estereotipos de género.
Se ha tendido a plantear que el desarrollo
psicológico de las personas no va de la mano con las relaciones de género, ya
que estas se escinden de la subjetividad, como si la desigualdad social no
tuviera implicaciones sobre la identidad y el aprendizaje de formas de convivencia.
Sin embargo, de acuerdo con lo planteado aquí, estaríamos en posibilidades de
aseverar que no es así, sino que, por el contrario, las relaciones entre
géneros tienen profundas implicaciones sobre la identidad de los individuos,
que serán con las que nos moveremos en nuestros grupos de pertenencia, como
amigos, pareja, familia, trabajo, Iglesia o cualquier otro; es decir, la
construcción de nuestro yo o self,
estará profundamente relacionada con la práctica que de él tengamos en nuestras
relaciones cotidianas, y las que, a la vez, nos llevarían a movernos en una
sociedad con inadecuadas relaciones entre los miembros que la conforman.
De lo anterior se desprende la importancia de
enseñar y adquirir prontamente, elementos de educación en equidad de relaciones
entre los géneros, de sana convivencia desde la infancia temprana, de educar a
los adultos en concepciones adecuadas de derechos de hombres y mujeres,
distintos pero iguales. De no darse esto, estaríamos ante una profunda
descomposición del tejido social y de las redes de apoyo, que posibilita la existencia
de crímenes contra las mujeres, cometidos con total impunidad, no solo por las
desigualdades de género adquiridas mediante el aprendizaje social, sino también
a través del ejercicio de una identidad deteriorada y un yo que no se integra
adecuadamente en una identificación con la o el otro como persona total. La
misma inseguridad en lo básico solo reforzaría la creencia de que las mujeres
debemos soportar los papeles que la sociedad nos impone, así como el valor que
nos asigna, y los hombres se verán impelidos a ocultar sus miedos e
inseguridades detrás del odio como mecanismo defensivo.
No estoy haciendo una apología de la violencia
machista como una desviación, ya planteé desde la perspectiva de los estudios feministas
que no es así, puesto que dicha concepción tiende a reforzar la creencia de que
las desigualdades de género y el odio de los hombres hacia las mujeres se cometen
involuntariamente, como parte de un proceso de enfermedad o patología
masculina, lo que los eximiría de su responsabilidad. Estoy planteando que la psicodinámica
de las personas, adquirida a partir de las profundas desigualdades de
convivencia entre los géneros, se traduciría en la tendencia a reforzar dichos
patrones. No estamos ante un callejón sin salida, sino ante la oportunidad de
romper con la relación planteada entre adquisición inadecuada de la confianza y
la identidad personales, y la continuación y el reforzamiento de los patrones
de género que propician el odio y la violencia hacia las mujeres y que,
incluso, la justifican.
Los feminicidios, en su mayoría, son cometidos por
personas cercanas a las víctimas: padres, hermanos, tíos, padrinos, vecinos,
cuñados, suegros. Esto significa que existe una relación muy estrecha entre cómo
se ve la mujer a sí misma en relación con sus vínculos esenciales y cercanos, a
partir de ellos y, a su vez, qué tipo de vínculos establecen los hombres con
las mujeres más cercanas, ya que van desde el deterioro de la propia imagen,
que no posibilita un insight, un
darse cuenta de que es inadecuado e inequitativo el trato, sino sobre todo un
considerar que así deben ser las cosas, un soportarse mutuamente, pero que al
ejercerse con violencia se traduce en rabia y odio.
Las mujeres, desde el feminismo y al ser víctimas de
la violencia machista hacia ellas, están aprendiendo a canalizar esta rabia y a
dar la pelea por una igualdad, un reconocimiento de derechos y un ejercicio de
solidaridad e identificación con sus iguales. Podemos decir que Erikson no
consideró este momento. En la sociedad actual, donde las mujeres adquirimos conciencia
del papel que desempeña nuestra identidad de género, cuando conocemos que ser
violentadas no debe ser una práctica normalizada, por más interiorizada que así
haya sido a partir de la adquisición de una identidad insegura en una gran
parte de la población. Pero el acceso a este proceso también es desigual: las
mujeres con mayor información y herramientas para denunciar y romper estas
desigualdades, de crecer adquiriendo una identidad adecuada, son las menos. La
mayoría de la población femenina no tiene acceso a este proceso, debido a que
carece de dicha información y el consiguiente reaprendizaje.
El Estado mexicano ha demostrado desinterés en dar a
conocer esta información de manera efectiva, solo ha emprendido pequeñas
campañas con enfoque policiaco, como la que recientemente se anunció en la
Ciudad de México, consistente en la utilización de un silbato para avisar que
estamos siendo violentadas sexualmente en la calle, haciendo responsable a una
víctima de ser victimizada, sin atender la profunda correlación entre las
relaciones de hombres cercanos con las víctimas, y la necesidad de que estas se
empoderen mediante la adquisición de herramientas que les permitan cambiar su
identidad y su confianza, para ejercer sus derechos. Prueba de ello es lo que
se ha dado en el metro de la Ciudad de México, por ejemplo, donde como forma de
prevenir el acoso sexual hacia las mujeres se han destinado tres vagones para
uso exclusivo de estas y de niños y niñas (menores de edad). El resultado ha
sido desastroso pues solo ha contribuido a deteriorar aún más las relaciones
entre los géneros. Son frecuentes los casos de hombres que abordan estos
vagones y que incluso ante la invitación de los policías a abandonarlos, se
niegan y retan a la autoridad. Se ha llegado al extremo de anunciar que se
castigará con una multa o un arresto a los hombres que ocupen los vagones
exclusivos para mujeres, porque no hay una reeducación y mucho menos una
atención integral del problema de la violencia ejercida hacia las mujeres ni se
dan las herramientas necesarias para que estas, a partir de una identidad
fortalecida, defiendan con fuerza sus derechos y alcen la voz cuando estos no
son respetados, o cuando la autoridad no hace su trabajo adecuadamente para que
se castigue a los agresores.
Aunque poco a poco esta información ha ido permeando
una parte de la sociedad, un cambio verdadero y profundo no será posible sin
que los procesos individuales y sociales se modifiquen mediante información, reaprendizaje
y toma de conciencia desde una identidad adecuada. Esto no va a suceder a
partir del Estado, ya que aunque se han ido implementando leyes y programas de
atención a mujeres víctimas de delitos sexuales, el proceso ha sido lento y
engorroso, dependiente de las políticas favorecidas por los grupos en el poder,
que no hacen sino replicar los mismos patrones de desigualdad y violencia de
los que hemos hablado. No hay un rompimiento con ellos, precisamente porque
debe darse desde los procesos primarios de vinculación personal y social.
Debe suceder entonces integralmente: debemos hacer
énfasis en la adquisición de una identidad fuerte y con confianza para
desempeñarse en un mundo desigual, desde la práctica de la igualdad, su
enseñanza y la denuncia de la violencia que pretende imponerse a toda costa, y
que busca normalizarse.
Los feminicidios son la cara más terrible del hecho
de que la forma en que nos consideramos a nosotros mismos es directamente
responsable de cómo ejercemos nuestra identidad.
Queda una larga tarea, y una posibilidad muy amplia
de encontrar mecanismos para posibilitar un cambio verdadero. Mientras las
mujeres sigan siendo violentadas y asesinadas, tratadas desigualmente, la
sociedad donde estas prácticas se normalizan, y donde la autoridad las encubre,
tendrá una descomposición cada vez más evidente.
Notas
1Jill Radford y Diana E. H. Russel (eds.), Feminicide: The Politics of Woman Killing, Twayne, Nueva York,
1992.
2Beauvoir Simone, El segundo
sexo, Alianza Editorial Siglo Veinte, Ciudad de México, 1999, t. 2, p. 15.
3Marcela Lagarde, “Feminicidios”, Conferencia en la Universidad de
Oviedo, 2006 disponible en: http://www.ciudaddemujeres.com/articulos/feminicidio
4“Ley general de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”,
disponible en: http://mexico.justia.com/federales/leyes/ley-general-de-acceso-de-las-mujeres-a-una-vida-libre-de-violencia/
5Erik Erikson, El ciclo
vital completado, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 2000.
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